Entre las líneas del Parkinson: Reconocerse de otra manera
Muchas personas que viven con Parkinson nos confían que ya no se reconocen realmente.
No en sus recuerdos, sino en su propio cuerpo.
Dicen: “No es que ya no me quiera, es que ya no me encuentro.”
Las palabras se repiten con la misma discreción: el rostro que cambia, la voz más débil, los movimientos más lentos, el paso vacilante.
Cosas aparentemente insignificantes —una mirada al espejo, un botón de camisa, una foto reciente— se convierten de repente en el recordatorio de una nueva distancia con uno mismo.
Un día, alguien nos confió lo siguiente:
“Cuando camino por la calle y veo mi reflejo en un escaparate, me sorprendo pensando: ese no soy yo. Y luego me doy cuenta de que sí, soy yo. Pero diferente.”
Este lento deslizamiento entre el antiguo yo y el nuevo yo conmueve profundamente.
El cuerpo, antes familiar, se convierte en un terreno cambiante.
Los automatismos se vuelven raros, los gestos requieren atención.
Y poco a poco, toda la relación con uno mismo se transforma: la forma de hablar, de moverse, de vestirse, de ser visto.
Descubrimos que la identidad, durante tanto tiempo dada por sentada, está hecha de innumerables pequeños puntos de referencia silenciosos: el tono de la voz, la velocidad del paso, la expresividad del rostro.
Cuando esos puntos se desmoronan, surge una pregunta: sin ellos, ¿sigo siendo yo?
Esa pregunta no tiene una respuesta sencilla.
No busca una solución.
Busca sentido.
Y a menudo, en las palabras de quienes la viven, se encuentran huellas de una cierta sabiduría.
Otra persona nos dijo:
“Ya no me reconocía en mi reflejo, así que dejé de huir de él. Aprendí a mirarme de otra manera. Dejé de buscar a la antigua yo para acoger a la que estoy llegando a ser.”
Quizás ahí comience la reconciliación.
No un triunfo, sino una serenidad interior.
Aprender a redescubrirse en un cuerpo que resiste, a encontrar en él fragmentos de uno mismo, a amarse sin compararse.
El ser humano cambia, modelado por la vida, por las pérdidas y los renacimientos.
Y en ese movimiento hay algo profundamente bello: la fuerza silenciosa de aprender a conocerse de nuevo.
No siempre es fácil llegar hasta ahí.
A veces, a lo largo de un mismo día, se oscila entre la ira, la frustración y la pregunta “¿por qué yo?”
¿Por qué esta imagen ya no se parece a mí?
Y sin embargo, la ira no es ilegítima.
Refleja simplemente la dureza de lo vivido, el cansancio de ser fuerte, el agotamiento de tener que adaptarse una y otra vez, y a veces, el impulso de dejar que esa tensión se derrame sobre los seres queridos —una pareja, un familiar.
A menudo es difícil sentir ese vínculo roto entre lo que uno fue y el profundo deseo de recuperar una sensación de unidad.
Pero reconocer esa fractura ya es comenzar a reconciliarse con uno mismo.
La paz que vuelve y la ira que persiste no se excluyen.
Cohabitan, se suceden, se entrelazan a veces en un mismo día.
Una calma, la otra sacude, pero ambas son testimonio de una misma verdad: la fidelidad a uno mismo a pesar del cuerpo que cambia.
Muchas de las personas que nos escriben dicen que lo que les ayuda es volver a un gesto simple, un ritual que les recuerde su continuidad interior.
Para uno, es perfumarse cada mañana, aunque los gestos sean más lentos.
Para otra, cantar en voz baja, solo para sentir la vibración del aire en el pecho.
Otros hablan de caminar sin objetivo, simplemente para sentir la existencia en movimiento.
“Cuando camino, vuelvo a ser yo, aunque sea por diez minutos”, alguien nos confió.
No es una pérdida, es una transformación.
Porque si el cuerpo cambia, la esencia permanece.
Se desplaza, a veces se esconde, pero nunca desaparece.
Vive en la paciencia, la ternura y ese valor casi invisible de seguir empezando de nuevo.
Sí, el reflejo en el espejo puede parecer ajeno.
Pero detrás de ese rostro, la misma historia continúa: la de una persona que, a pesar de todo, se esfuerza por reconocerse de otra manera, lentamente, con respeto por el camino difícil que sigue recorriendo a pesar de los obstáculos.
Quizás convenga no compararse con quien uno fue, sino mirar el presente con toda la amabilidad posible.
Sigues aquí.
Y en esa presencia ya está toda la victoria.
Cada recorrido es único, con sus días buenos y sus días más difíciles.
Lo que esperamos, a través de estas palabras recogidas de las personas a las que ayudamos, es simplemente recordarte que no estás solo en este diálogo contigo mismo.
Gracias por permitirnos acompañarte, aunque sea un poco, en este camino.
El equipo de Atremo.info
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